Por Jousin Palafox
En México estamos acostumbrados a ver a la política como un circo. Como una desgracia de personajes que se cuelgan del pueblo, lo exprimen y cuando ya no hay nada que sacarle, se reparten entre ellos los restos. Por eso duele —y duele raro— cuando nos arrancan a un político que sí estaba dando la vida por su ciudad.
Porque existen dos tipos de políticos:
los de izquierda… que viven del pueblo.
Y los de derecha… que dan la vida por el pueblo.
Y hoy, México despertó sin uno de esos últimos.
Carlos Manzo Rodríguez.
El “Bukele mexicano”.
Un hombre que dijo: “Tengo miedo… pero voy a seguir luchando por mi pueblo.”
Un hombre que decidió enfrentar la verdad, hablar sin titubeos, mirar de frente al crimen… y aun así mantenerse íntegro en un país donde ser íntegro se paga con sangre.
Pensamos en políticos y nos viene a la mente Adán Augusto, protegido por Morena, respaldado por multitudes que le gritan “¡no estás solo!”.
Pero nunca pensamos en un alcalde como Carlos Manzo:
sin escoltas de lujo, sin reflectores, sin beneficios…
pero con una valentía que en este país ya no se ve.
Eso no se perdona.
Aquí, poner el cuerpo por tu comunidad… no se perdona.
Hablar con la verdad… no se perdona.
No arrodillarte ante la delincuencia… menos.
Y cuando no pueden callarte, cuando les estorbas, cuando representas una amenaza para quienes viven de mantener a México hundido, podrido y sin esperanza… la fórmula siempre es la misma.
La muerte de Carlos Manzo debería marcarnos un antes y un después.
Un punto de inflexión.
Una sacudida para que el pueblo despierte y entienda, por fin, que recibir una despensa o una pensión tiene un costo altísimo: lo paga el mismo pueblo… con su propia carne. Con sus propias familias.
Porque ahora ya quedó claro hasta dónde nos llevó eso de “abrazos, no balazos”:
delincuentes tranquilos…
y víctimas abandonadas.
Esas frases que se repitieron como consigna política terminaron convirtiéndose en la receta perfecta para desarmar moral y literalmente al país.
“No somos iguales”, decía el Peje.
Y tenía razón.
Nunca lo fueron.
Carlos Manzo no se parecía a esos políticos rateros e ineptos que sólo buscan el cargo para blindarse. No.
Carlos Manzo era de los que pisan las calles, escuchan el miedo de su gente, dan la cara… y pagan el precio más alto por hacerlo.
Hoy México perdió a un alcalde.
Pero también perdió la oportunidad de ver qué pasa cuando el poder regresa al pueblo.
Cuando un político sí se levanta para defender a quienes representan.
Cuando la seguridad deja de ser un discurso y se convierte en una batalla real.
Carlos Manzo no era perfecto.
Pero era valiente.
Y en este país, la valentía cuesta la vida.
Que su muerte no se quede en trending topic.
Que su nombre no se diluya.
Que su voz, la del “nunca me voy a rendir”, no quede enterrada entre los discursos vacíos de siempre.
Porque México necesita más hombres como él.
Y menos políticos como los que lo dejaron solo.